La influencia del Karate en mi vida

Por: Emiliano Villalobos Alvirde

Mayo, 2021.

El karate es un arte marcial completo. Se trabajan desde golpes, patadas, codazos, talonazos, llaves, derribos, kata, kumite, entre muchas cosas más. No solamente se trabaja en el aspecto físico y técnico pero también se desarrolla lo llamado ‘espíritu’. El espíritu es la fuerza que tenemos cada quien en el interior que nos hace actuar ante lo imposible. Desarrollar el espíritu es algo imprescindible del karate, pues será lo que nos hace sacar una mejor versión de nosotros mismos en cada clase a la que asistimos. Mi nombre es Emiliano Villalobos Alvirde, soy jalisciense, tengo 18 años, y tengo el privilegio de haber entrenado karate con la organización Goju Kan en Guadalajara y Nishinkan en Zacatecas.

Empecé a involucrarme en las artes marciales desde chico (aproximadamente desde los siete u ocho años) gracias a mis padres. Ellos decidieron inscribirme (cuando vivía en Aguascalientes) a un arte marcial llamado Tang Soo Do, el cual es de origen coreano y tiene cierta proximidad con el Tae Kwon Do. Aprendí varias cosas durante ese período e incluso llegué a la cinta roja. Posteriormente, como muchos casos, me aburrí de entrenar porque pensaba que era aburrido y que me quitaba tiempo para jugar en la tarde con mis primos. Mis padres decidieron sacarme de esa escuela y por esa razón dejé suspendido mi entrenamiento de artes marciales, hasta que nos mudamos a Guadalajara.

Pasé un año en Guadalajara siendo ‘el niño nuevo’ de la escuela, conocí amistades sinceras y me acoplé a la ciudad. Entrenaba tenis de lunes a viernes, de cuatro a siete de la tarde, y perdí mucho peso en ese tiempo. En el siguiente año conocí a un buen amigo llamado Leonel Montoya, quien era el ‘niño nuevo’ de ese año, pero fue él quien me arrastró hacia el karate. El karate ya estaba rondando por mi cabeza durante varias semanas y mi deseo por querer aprenderlo fue creciendo cada vez más. Mi amigo Leonel me comentó que se había inscrito en un dojo cercano a nuestra casa. Me dijo que entrenaban mucho el acondicionamiento físico, a veces utilizaban pesas y mancuernas para desarrollar la fuerza, e incluso habían algunas ocasiones que ponían música para hacer ciertos ejercicios durante un tiempo determinado. Me gustaba la idea de entrenar tanto con él, como en ese dojo, así que finalmente me decidí por asistir a mi clase de prueba (claramente se me habían olvidado todo tipo de golpes y patadas, así que entré como nuevo al dojo).

Recuerdo la sensación de ansias de conocer nueva gente, así como volver a entrenar un arte marcial. Entré al dojo, y sentía que los karatecas que estaban ahí se iban a comportar de manera hostil por el hecho de ser ‘el nuevo'. No fue así. Cuando entré pregunté por una clase de prueba, la cual duraba una hora, y en ese momento conocí a mi primer Sensei, Gustavo Hernández. Brevemente me pasó en frente de todos y me hizo presentarme ante los demás, aunque estaba demasiado nervioso incluso de alzar mi voz en esos momentos. Cuando me presenté, todos me recibieron con una cálida y genuina sonrisa y me hicieron ver la humildad y calidez que conlleva el karate. Desde esa primera clase, mi vida cambió drásticamente para bien.

Empecé como cualquier estudiante, aunque tuve cierta facilidad para coordinar y aprender a hacer los golpes y patadas. En ese dojo se trabajaba mucho el acondicionamiento físico, por lo que se vio un cambio drástico en mi resistencia. Aparte de eso, trabajábamos kata y kumite de vez en cuando, pero fui avanzando poco a poco. Algo que aprendí de ese dojo fue a equivocarme y aceptarlo, que nadie lo sabe todo y que se necesita retroalimentación para mejorar. Realmente me frustraba mucho cuando me corregían, pero gracias a la paciencia de mi Sensei y de la ayuda de mis compañeros pude desarrollarme. Al estar entrenando con ellos se sentía un tipo de respeto mutuo, en el cual todos te ayudaban si te sentías atascado o si no hacías el ejercicio correctamente.

En esa organización hacen cambio de cinta aproximadamente cada 6 meses, por lo que era importante aprender la kata de la cinta correspondiente, conocer un poco más de golpes, de vez en cuando derribos, pero el progreso se podía notar conforme pasaba el tiempo. Para resumir un poco, cuando llegué a hacer mi primer examen estuve algo nervioso porque era la prueba de principiante. Cuando pasé el examen, en el cual analizaban disciplina, flexibilidad, fuerza, resistencia, kata, kumite, y más, sentí que había dado un gran paso para progresar. En un periodo de aproximadamente 2 años cambié a cinta azul (justo la mitad del camino), y no me gusta decir esto, pero me empecé a sentir superior que muchos, lo cual fue una lección que aprendí después.

En 2019 nos mudamos a Zacatecas gracias al trabajo de mi papá, por lo que obviamente tuve que dejar la organización de Guadalajara por un tiempo, aunque había un viaje a Japón con la misma escuela a finales de ese mismo año. El hecho de saber que iba a ir a Japón me emocionaba mucho y me daba la sensación de que iba a conocer lo que era el ‘karate de verdad’. Realmente mi idea del ‘karate de verdad’ lo empecé a vivir en Zacatecas cuando me inscribí con la escuela Nishinkan.

Desde la primera clase me sentí demasiado impactado y sorprendido, pues nunca había visto un entrenamiento de esa manera, ni cuánta unidad había en el dojo. Conocí a mi segundo Sensei, José Alfredo Espíndola Flores, quien después consideraría un maestro muy querido y un pilar en mi desarrollo físico, mental, y espiritual. Cuando apenas me había inscrito, me llevé mi cinta de color que me habían dado en Guadalajara, pues yo pensaba que daba lo mismo. Cuando el Sensei me dijo que no me llevara la cinta de color y que tenía que comenzar desde la cinta blanca porque “nuevo dojo, nueva cinta”, me sentí en parte enojado y frustrado, porque yo pensaba que estaba quitándome todo el mérito que había logrado hasta llegar ahí. Al haberme dicho eso me dio una lección muy importante y fundamental para el karate y la vida: humildad. Al comenzar de nuevo y ver a mis demás compañeros avanzados, me hizo sentir que yo realmente no tenía nada de técnica, pues entrenaban y sabían muchos términos que debería de haber aprendido hace tiempo.

El ambiente del dojo era muy diferente también, si debíamos de hacer 30 abdominales, todos contábamos juntos. Si hacíamos kata, la hacíamos juntos. Si hacíamos ejercicios de coordinación, todos lo hacíamos al mismo tiempo. Considero que aprendí y desarrollé muchos valores importantes en Nishinkan: trabajo en equipo y unidad (todos podemos y lo hacemos juntos), solidaridad (si veo que puedo ayudarle a mejorar en algo, le ayudo), voluntad (todos somos capaces si nos lo proponemos), aprendizaje (si me equivoco, intentaré corregirlo), autodominio (intentaremos no rendirnos y ser fuertes), esfuerzo (damos lo mejor de nosotros mismos en cada clase), gratitud (agradecer al Sensei por transmitirnos su conocimiento), perseverancia (practicar constantemente para mejorar), responsabilidad (conocer nuestro rol en el dojo y cuidarnos mutuamente), superación (intentamos sacar una mejor versión de nosotros mismos), sencillez/humildad (todos somos iguales), respeto (un valor humano imprescindible), disciplina (hacer lo que tengamos que hacer, queramos o no), y liderazgo (el Sensei es un líder y cualquiera puede hacerlo con virtudes que se aprenden a diario). Los mencionados son unos cuantos de los valores que conlleva la ideología del karate, la cual vi claramente en Nishinkan. Todas estas virtudes las he ido aprendiendo y desarrollando con el paso del tiempo y las sigo trabajando al día de hoy. Estoy infinitamente agradecido con el Sensei Alfredo por haberme influenciado de esa manera. Los preceptos que nos enseñó el Sensei pueden resumir todo lo que mencioné anteriormente y todo lo que se desarrolla cuando se practica el karate. La mayoría de las clases los decíamos en el saludo final; son los siguientes:

  1. Respeto y humildad a cualquiera que sea su grado.

  2. El dojo es sagrado, la cortesía debe de ser de principio a fin.

  3. Discipline su técnica y eleve su espíritu.

  4. El karate es el camino para tenerse confianza y no debe violarse.

  5. La técnica es ilimitada y no tiene fin, pule el espíritu para esforzarse y

    progresar.

  6. La técnica auténtica no es ni fuerza ni blandura extrema, sino la fusión de

    ambas.

  7. ¡Nadie se rinde! ¡Nunca te rindas!

Recuerdo que siempre cuando teníamos que decir el séptimo se me hacía un nudo en la garganta y me daban ganas de llorar. Cuando pasé tiempo entrenando en Zacatecas mejoré como persona y realmente confié en mí mismo en el sentido de que me sentía capaz de poder hacer las cosas y me sentía bien.

Posteriormente fui a Japón con la organización de Guadalajara, donde entrenamos 2 días de día a noche. Allí fui con la mentalidad de aprender desde cero para que me corrigieran hasta lo más básico. De hecho cuando estaba entrenando en Japón sentía lo mismo que cuando entrenaba con Nishinkan, solamente que todo en japonés y el dojo era de duela. Finalmente me llevé mucho de Japón también.

Cuando volví a Zacatecas hubo un cambio en mi vida también, nos mudamos a Guadalajara de nuevo. Yo estaba muy feliz en el sentido que iba a volver a ver a mis otros amigos, iba a vivir en la ciudad que amaba tanto nuevamente, pero lo cierto era que iba a extrañar a familiares, nuevos amigos, y a las personas que conforman la familia que es Nishinkan (y claro el entrenamiento también). Me prometí una cosa: iba a seguir entrenando de la misma manera como lo hice en Nishinkan e iba a recordar y desarrollar todo lo que aprendí.

De vuelta en Guadalajara me repetían tanto el Sensei como mis compañeros que había mejorado muchísimo después del viaje a Japón (incluso una vez me llegaron a decir que era como Goku). Yo me reía de sus comentarios, aunque sabía que sí había mejorado mucho, pero fue gracias a mi entrenamiento en Nishinkan. Ahí fue donde aprendí todo lo que he mencionado anteriormente, así como la experiencia en Japón también.

He estado intentando entrenar lo más cercano posible a Nishinkan, pero simplemente el entrenamiento es diferente. En ocasiones donde visito a mi papá en Zacatecas intento visitar el dojo Nishinkan, pues es muy especial para mí. El Sensei siempre me recibe con los brazos abiertos sin buscar nada a cambio, lo cual simplemente me alegra y me afirma la ideología auténtica de karate que hay. Me sigue corrigiendo posiciones tan básicas como zenkutsu dachi y me enorgullece poder decir que soy su alumno.

El karate sin duda ha sido una parte escencial para mi crecimiento e intentaré seguirlo como estilo de vida. Siento que es un pilar para el desarrollo espiritual y humano, por lo que me siento infinitamente agradecido con mis Senseis. Confiar en mí, apoyarme, estar ahí, buscar mi desarrollo, son pocas de las muchas cosas que hacen conmigo. Haber entrenado en Guadalajara y Zacatecas en dojos diferentes es lo que me hace yo. Reitero lo mucho que me han ayudado (pues como muchos he tenido periodos muy complicados en mi vida), y me han hecho ver la vida de una manera diferente.

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